Sin duda alguna el debate sobre el impuesto a bebidas azucaradas y a la comida «chatarra» fue uno de los más complejos de la pasada reforma fiscal. Desde el principio participamos en el debate buscando (12/09), por un lado, transparentar los verdaderos objetivos gubernamentales, y que dado que no existe evidencia de que los impuestos reducen la obesidad, que se reconociera que el objetivo era recaudatorio, tal y como quedó evidenciado. Por el otro, a promover que esta discusión se diera en el ámbito de una agenda de salud pública y no de una miscelánea fiscal, y sobre todo, que se promoviera la responsabilidad individual al enfrentar este problema y así evitar hacer más obeso al Estado.