Hagamos de México nuestra empresa.

Los resultados de Pisa demuestran un proyecto educativo fallido. La solución debe ser integral y sobre todo transitar de una educación dirigida a monopolios, sindicatos públicos y programas clientelares, a otra dirigida a las empresas, competencia e innovación. Debemos transformar las redes, nodos y contenidos del conocimiento en el país, y hacerlo en conexión con la empresa. Es la forma de crecer.Les comparto mi colaboración de hoy de Reforma: Hagamos de México nuestra empresa.

BERNARDO ALTAMIRANO
Hacer de México nuestra empresa
 A lo largo de los años, los malos resultados de México en la evaluación Pisa han sido una llamada de atención. Ahora, los más recientes parecen entonar un réquiem a nuestra unidad y viabilidad como Nación. Si no lo entendemos así, seguiremos en una eterna autocomplacencia. Este resultado evidencia recursos mal invertidos y derrochados que no se tradujeron en ampliar las oportunidades y competencias de los niños, en una digna fuente de empleo para los maestros o en tecnología y contenidos educativos de vanguardia. Esfuerzos que no ha servido para construir comunidad, civilidad ni cohesión social, sino burocracias, conflicto, violencia y corrupción. Se trata de la más grave tragedia social que enfrentamos, ante la cual la receta tradicional ha consistido en ampliar presupuestos y burocracias, pero omitimos evaluar integralmente el ecosistema en que se desenvuelve la educación, pues ni el mejor contenido pedagógico puede tener por sí mismo un destino exitoso ante la carencia de un entorno que incentive el conocimiento, la competencia y el crecimiento.

Todavía hasta hace pocos años teníamos un régimen monopólico en múltiples industrias, lo que atrofió los canales que vinculan a la educación con el empleo, con la innovación y con el crecimiento. Los efectos de ese fallido modelo económico en la educación todavía los padeceremos por mucho tiempo, por lo que urge construir nuevos paradigmas con una visión de largo plazo. Nuestra historia reciente muestra un intento por vertebrar a nuestro país mediante monopolios, sindicatos públicos, programas clientelares y burocracias, en lugar de apostar al desarrollo empresarial, al impulso de la competencia y la búsqueda de nuestra libertad. Así, cualquier modelo educativo estaba destinado al fracaso al topar con el peor muro que hemos enfrentado.

El primer paso implica avanzar en la agenda de libertades y dirigirnos en lo interno hacia un libre mercado efectivo, principalmente en lo local. Además, requiere entender a la ciencia, arte, tecnología, agricultura, ocio, etc., como medios idóneos para crecer a través de la empresa, la sociedad y la competencia, y no mediante la explotación exclusiva del Estado y sus burocracias, quienes en todo caso deberían limitarse a incentivar y regular el desarrollo de sectores estratégicos. En efecto, se requiere reconocer que a diferencia de un sistema monopólico, de empresas públicas o intervencionista, el fortalecimiento y esparcimiento de empresas y del libre mercado son la fórmula para avanzar de una manera gradual e incremental en el conocimiento, así como en canalizar éste entre diferentes niveles socioeconómicos de una manera ágil y productiva. Sin duda, con esta vía se amplían, expanden y comparten las redes de conocimiento y se diversifican medios para fondear la investigación e innovación.

Por otro lado, es importante recordar algunos de los elementos que Tocqueville analizó sobre la libertad económica. Por un lado, la propiedad privada es un contrapeso a la expansión gubernamental, y aporta valor e independencia a los individuos. Por otro, la libertad de contratar diversifica y fortalece las relaciones entre las personas a partir de un sentido formal de dignidad y respeto recíproco. Así, las libertades económicas son esenciales para las libertades políticas, pues las fortalecen a través de un espíritu de autogobierno. De esta forma, la empresa y el comercio tienen un benéfico papel civilizador, pues encauzan a «los hombres a conducir sus propios asuntos y a conducirlos bien; así, los prepara para la libertad y los previene de las revoluciones».

Por último, países que han experimentado exitosas transiciones políticas han encontrado en el crecimiento económico la mejor fórmula para consolidar su democracia liberal. Incluso, como dice Adam Przeworski, la viabilidad de una democracia es mayor en la medida que crezcan más rápido que al 5 por ciento anual; en cambio, la fragilidad de una democracia en inferiores niveles de desarrollo se vincula con su vulnerabilidad ante crisis económicas. Adicionalmente, casos como el de Corea del Sur y Taiwán confirman la relación entre el establecimiento de una democracia y el crecimiento de la clase media quien fue clave para desmantelar un estado autoritario.

Esta visión implicaría retomar un constitucionalismo liberal, que sirva para limitar al poder y prevenir la corrupción; aplacar esas legislaturas dictatoriales que quieren regular todas nuestras actividades, para dar prioridad a una moderna visión de derecho privado y retomar el valor de los contratos, como medio idóneo para reconstruir esa confianza interpersonal; fortalecer el valor de la propiedad y en lugar de buscar confiscar la plusvalía de ésta, promover políticas de economía compartida. Son medidas que no generarán popularidad, pues implica desmantelar los restos de un Estado autoritario y clientelar, pero debemos eliminar la cultura de la extracción y promover un espíritu decidido para que todos hagamos de México nuestra empresa, en donde florezca el conocimiento, la competencia y el crecimiento.

¿Movimiento Emprendedor?

Hacer empresa y avanzar en las libertades económicas en México son las tareas pendientes para dar por concluida nuestra turbulenta transición rumbo a la democracia. Necesitamos más ciudadan@s que ejerzan libremente sus profesiones y constituyan sus empresas, lo que incidirá en cómo se construye comunidad. Les comparto mi reciente colaboración en Reforma Negocios.

¿MOVIMIENTO EMPRENDEDOR?
Ciudadanía y empresa son dos pilares interdependientes de la democracia, que se edifican con la fuerza y dinamismo de las libertades políticas y económicas. En México, un determinante de nuestra transición democrática ha sido construir consensos en torno al primer tipo de libertades para empoderar al ciudadano. En cambio, el segundo tipo ha motivado la mayor polarización y no ha robustecido claramente a la empresa. Desde nuestra independencia no hemos entendido el papel del Estado en la economía, lo que ha impedido consolidar una cultura emprendedora, que surja del individuo mismo e incida en su entorno. Nos hemos preocupado más por abrir mercados, que por incentivar empresarios reales. Lo anterior representa un inminente riesgo, pues tenemos una democracia con déficit de empresas y emprendedores.

Los programas a favor de los changarros de Vicente Fox, de las Pymes de Felipe Calderón o del emprendedor del Presidente Peña Nieto, no encontraron la mejor fórmula para promover el espíritu de la libre empresa y el valor que esto representa para construir una mejor comunidad. Programas vienen y van, pero coinciden en la premisa de entregar recursos, sin necesariamente generar capital humano ni social. Esta mala inversión de dinero público ha sido evidenciada por la Auditoría Superior de la Federación, quien demostró la falta de control y de supervisión del Instituto Nacional del Emprendedor (Inadem) en el otorgamiento de recursos por casi mil 500 millones de pesos, así como la carencia de indicadores o metas para evaluar cuántas empresas han sido creadas y su impacto. En este sentido, al igual que ocurrió con los temas agrario, indígena, partidos políticos, combate a la pobreza, etcétera, el emprendedurismo se convirtió en un movimiento -a la mexicana-, pues implicó burocratizarlo y crear fondos discrecionales y sin impacto efectivo. Debe romperse esta inercia y el terreno de la empresa puede ser el que detone un cambio profundo en la concepción de los programas sociales. Y es que queremos empresarios que innoven y ejerzan libremente sus profesiones, no que se vuelvan expertos en bajar fondos públicos en un entorno poco claro.

Lo anterior además cobra relevancia ante un presupuesto 2017, que recortó casi la mitad de los recursos de los fondos que maneja Inadem, mismos que este año ya habían sido reducidos en un 20 por ciento respecto de 2015. En este periodo se han ejercido cerca de 17 mil millones de pesos. Ante estas circunstancias es legítimo preguntarse si valió la pena este gasto y si tuvo algún impacto relevante, pues si bien hay que reconocer que la banca privada está muy lejos de cumplir con su función de financiamiento de Pymes y emprendedores, también hay que admitir que estos programas no son la solución.

Más allá de tratarse de objetivos loables, resulta indispensable priorizar resultados, sobre todo en el contexto del interés superior de nuestra democracia y crecimiento económico. El Presidente Peña Nieto debe perfilar su legado en este ámbito y reorientar la energía y recursos destinados para evitar que sean desperdiciados. Para ello, necesita articular instituciones como Nafin, Bancomext, ProMéxico, Bansefi, entre otros, en torno a una estrategia integral y de largo plazo. Incluso revisar la experiencia de instituciones exitosas como la Small Business Administration de EU, creada desde la época de Dwight Eisenhower. Dar un paso firme en eliminar fondos discrecionales y dotar al Inadem de un liderazgo disruptivo que confronte a gobernadores y alcaldes sobrerreguladores, medie con Hacienda y el SAT para identificar las más adecuadas medidas fiscales, fortalezca la propiedad intelectual e industrial, impulse la competencia y flexibilice fuentes de financiamiento privado, teja redes de valor y articule áreas estratégicas con emprendedores que aporten en innovación, vigile el piso parejo en licitaciones y contrataciones públicas, y combata la corrupción y el compadrazgo. De manera muy importante, el Inadem debe impulsar mejores condiciones de solución de conflictos en materia de cobros de las Pymes, en particular en lo que concierne con instancias gubernamentales y empresas públicas. Sin duda, desde este espacio se debe lanzar una gran discusión que redefina ese ogro denominado Rectoría Económica del Estado y proponga una adecuada definición de la propiedad privada y fortalezca sus mecanismos de defensa. El Inadem debe romper cadenas de control sobre la empresa y ser el promotor de un movimiento a favor de una nueva visión de legalidad y de la libertad empresarial, y así ser la pinza que complemente nuestro proceso de democratización. De lo contrario, la herencia que nos dejará será la de «emprendedores» que tomen calles por recortes a fondos gubernamentales.